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Blog de Carlos Goga

Un día con Isabella, un día en femenino

07/02/2018 | | experiencias | No hay comentarios

¡Vow! Ahora me doy cuenta. Pasan los días, las semanas, los meses y el tiempo se me escurre ¡Cuánto hace que no escribo aquí! ¡Cuánto que no abro mi sentir y mi pensar con maneras humildes!

Ayer tuve otro de mis días en femenino. Digo «otro» porque ya he pasado alguna vez por esta experiencia, aunque en realidad no son tantas. La tercera la recuerdo bien; ocurrió en San Francisco, el pasado mes de octubre. La primera vez, cuando entré en contacto con esta manera de sentir que tanto me abruma, la recojo en aquel diario que publiqué bajo el título de Mi caminar: pasos de libertad. La segunda vez también lo recuerdo bien. Vow. Esta fue una gran, gran sorpresa porque el contexto fue de lo más inesperado. Bien que lo recuerdo, máxime porque la recogí en un post de este mismo blog. Ayer, generosa como es la vida, tuve otro episodio en femenino. ¡Afortunado yo!

¡Hoy escribo mientras reflexiono sobre las maravillas de la vida y lo generosa que es conmigo! Y lo hago mientras busco patrones, situaciones que en abstracto se repiten y que espero me lleven a un mejor entender de lo que soy, de lo que quizás somos, para avanzar en mi camino.

A mi energía femenina la llamo Isabella. Es mi femenino interior. Tiene nombre porque siento que es un yo diferente y porque me ayuda a entenderme y a relacionarme conmigo mismo. Es también un homenaje a la mujer que (creo) despertó este sentir tan desconocido como mágico en mi. Quizás te sorprendan mis palabras, pero es simplemente parte de mi juego en este vivir denso e intenso.

A fecha de hoy, aún desconozco qué situaciones me trasladan a este sentir (que recibo abrumador) de Isabella en su estado puro.

  • La primera vez quiero entender que fue un masaje, mi primer masaje de próstata. El contexto, mi primer taller de sexualidad consciente.
  • La segunda vez quizás fue otro masaje, «masaje de aguas» lo llamó. Y quizás también el hacer el amor con una ternura inesperada. El contexto bien diferente: la gran urbe de Madrid.
  • La tercera vez, quizás, fue mi presenciar – desde el baile íntimo – como una mujer madura reconocía, voz trucanda y lágrimas en los ojos, que estaba descubriendo – en una formación de mindfulness – lo que sus abuelas de la India siempre le habían contado, algo que nunca antes había querido escuchar. Sentí que «el gran femenino» la invadía de amor, y que un gran sentir íntimo en su condición de «mujer de mujeres», reconocedora de su linaje, creacía en ella. Algo de aquéllo me llegó también a mí. O eso creo.

La cuarta vez, sorprendente como me resulta, acaba de ocurrir y la asocio a mi visita la Virgen de los Desamparados de Valencia. Y tal cual lo escribo, me tiemblan los dedos y me crece la sonrisa.

Hace algo menos de un año, de manera divertida, pero desde el corazón, le «pedí» a la Virgen. Nunca he sido de creencias católicas. De hecho, siempre he sido militante anti-Iglesia. Mucha historia aquí que simplemente aparco. Aunque mi respeto por la figura de Jesús es absoluto e incondicional. Pues eso, que andaba paseando de regreso a casa y me topé con la Virgen de los Desamparados. Era de noche, más bien muy tarde. Seguramente media noche, la hora de la cenicienta. Apareció ante mi vestida con ese manto de flores tan bello como excepcional, el que construyen algo más de cien mil mujeres valencianas durante la «ofrenda» de las Fallas. El sentir de travesura sana se apoderó de mí. Apenas había nadie en la plaza, así que tuve el sentir de intimidad de conversación. Me senté, me encendí un cigarrillo y me quedé mirando. Y mirando estaba cuando entablé conversación con ella, conmigo reflejándome en ella. Y en esa conversación, le «pedí» en tanto que «mujer de mujeres».

Con el paso de los meses, lo que «pedí» sentí que lo había recibido. Me costó conectar situaciones, pero la mente hizo su trabajo y conectó. Me invadió un sentir de «causalidad». Y de agradecimiento, agradecimiento sincero. Así fue como llegó a mi la necesidad de visitar de nuevo a la Virgen y ofrecerle mi gratitud. Por ese sentir fácil de haber sido escuchado y de haber sido correspondido.

Elegí un día especial, el pasado lunes día 5, para visitar de nuevo a la Virgen y ofrecerle mi respeto y mi gratitud. Ignorancia la mía, creí que sería fácil encontrar un rato a solas, de intimidad. Pero no fue así. Según llegué, descubrí una multitud de gentes en misa y tuve que dar media vuelta. Regresé más tarde y, aunque seguía habiendo gente, pude sentarme y realizar mi pequeño ritual de agradecimiento.

Magia de la vida, la situación aumentó inesperadamente de intensidad y me convertí en una fuente de lágrimas que ni tan sólo intenté contener. No soy capaz de imaginar qué pensarían aquellos que me vieron llorar tan alegremente ante la Virgen. Cada cuál a lo suyo. Quizás incluso fui sujeto de conversación en alguna que otra cena. Y regresé a casa con la sensibilidad a flor de piel.

Y así seguí durante todo el día de ayer. Cuando respiraba, me brotaban las lágrimas. Cuando hablaba, me brotaban las lágrimas. Cuando me movía, me brotaban las lágrimas. Pero no fue sólo eso. No fue sólo el festival de lágrimas. Ayer sentí una necesidad imperiosa de cuidarme y ocuparme de mil pequeñas cosas que tenía abandonadas. Además, una creatividad espontánea me acompañó durante todo el día, y vi con claridad. con mucha claridad, algunas situaciones que ocupan mi vida y que de alguna manera tengo descuidadas. Y todo sea dicho, me pesaba pensar, me costaba levantar pensamientos sobre situaciones que no eran del momento.

Bastará con decir que por primera vez, desde que estoy en Valencia, me cociné a mediodía y me cociné por la noche. Y cociné lo que nunca antes había cocinado. Limpié en profundidad aquellas partes de casa que siempre dejo de lado y me ocupé de pequeños detalles que la hacen más acogedora y bella, más harmoniosa con mi sentir de corazón, porque acaban y organizan lo que tenía a medias: arreglé cortinas, cambié sábanas y enmarqué fotos. Empecé una voluntad de reciclado de botellas de vino que tenía bien aparcada. Practiqué por primera vez en casa con el ukelele. Y tuve tanta claridad sobre lo que necesito contar, escribir, que incluso encontré dos enfoques alternativos y esbocé un par diseños de portada del que será mi próximo libro (¡y esto lo escribo con sentir de pesar, por tenerlo aparcado tanto tiempo!).

Ayer, ahora lo reconozco con espontaneidad, fue un día de hipersensibilidad emocional. Algo aún persiste hoy. Pero menos intenso. Ayer, eso siento, me limpié con lágrimas, me cuidé con esmero, me ocupé de los detalles del vivir sencillo, disfruté del recogimiento fácil y me arrastró la creatividad de lo pequeño que crece grande. Sin duda, lo reconozco, las riendas de mi día de ayer las cogió integramente mi corazón, un corazón plenamente abierto, y sus delicadas señales de vida.

Hoy, nuevamente, hombre que soy, me pregunto ¿es esta la fuerza del femenino, del femenino puro? ¿cómo es posible que el emocional hable, que hable tanto, que lo haga tan seguido y que pronuncie con tanta claridad? ¡Bienvenida, Isabella! ¡Gracias, Isabella! ¡Bienvenido corazón! ¡Gracias corazón!

 

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