Decálogo sobre la economía colaborativa
08/10/2015 | carlosgoga | economía colaborativa, nuevas tecnologías, otra economía | 1 Comentario
Cuando buscamos una definición de la economía colaborativa, solemos caer en la simplicidad de definir las propuestas más populares y conocidas (por ejemplo, AirBnB o Couchsurfing, BlaBlaCar o aMovens). Pero una buena definición de economía colaborativa debe alejarse de los agentes que la protagonizan (porque son sólo eso, agentes) y adentrarse en los conceptos económicos que realmente introduce como nuevos y que resultan tan atractivos como disruptivos.
Además, cualquier reflexión sobre la economía colaborativa debe tener en cuenta que sus orígenes están en la industria digital y que ha crecido y se ha consolidado en una época de GRANDES CRISIS, así escrito, en mayúsculas.
Cualquier definición, larga o corta, debe ofrecer pistas sobre porqué, y esto es algo especialmente crítico, la economía colaborativa acumula tanta atención y tantos apoyos (somos muchos los que hablamos y abogamos en su favor) al tiempo que debe describir las intenciones económicas y ambiciones sociales que recoge y concentra.
Ayer, en el contexto del Club de Desarrollo Personal y Liderazgo de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Universidad Politécnica de Valencia, me puse de nuevo la gorra de economista y di dos pasos atrás para coger perspectiva y señalar aquellos aspectos que son manifiestamente diferenciales en la economía colaborativa. En total, 10 elementos que resultan relevantes y diferenciadores y que generan pasiones en ambos lados del contexto económico.
- Los individuos sustituyen a las empresas en su rol de agentes económicos productores de oferta. Tanto es así, que muchos son los que utilizan el palabro de “prosumidores” para definir a estos nuevos individuos que producen y consumen, creando un mercado horizontal de individuo a individuo, entre iguales, o como acostumbramos a decir desde la óptica digital, con relaciones peer-2-peer.
- La reputación sustituye a la publicidad como elemento clave en la comunicación de la oferta. Aquí es conveniente señalar que la reputación nace de la percepción de la transacción de quien recibe (la demanda), mientras que la publicidad nace de las promesas teóricas de quien ofrece (la oferta). Sin duda, un gran cambio.
- Las propuestas de productos de segundo mano y/o de reutilización de excedentes y/o capacidades ociosas crean mercados nuevos (y otorgan volumen y liquidez a los existentes), entrando en competencia con los mercados «de primera mano» y colisionando con las estrategias convencionales de crear oferta nueva desde la obsolescencia programada y/o planificada. O dicho desde la óptica financiera, se crean mercados secundarios allí donde sólo existían mercados primarios.
- Las experiencias genuinas, altamente humanas, propias de la economía colaborativa dificultan sustancialmente la competencia tradicional que busca acrecentar y embellecer sus propuestas construyendo experiencias (de parque temático) donde hay servicios, servicios (artificiales) donde hay productos, o productos (aumentados desde la marca y el envase) donde hay genéricos. Conviene recordar que las empresas buscan escalar su oferta dentro de la jerarquía tradicional de inflación de percepción de mejoras (ellas lo llaman también «innovación comercial»): genérico > producto > servicio > experiencia
- Las propuestas de precio en la economía colaborativa persiguen compartir y/o cubrir costes directos mientras que en la economía convencional sigue con la lógica de la maximización de beneficios. Hay algunos casos donde el precio desaparece y la economía colaborativa entra directamente en propuestas más atrevidas donde se facilita el trueque o el intercambio, e incluso en propuestas que se alejan de la lógica económica tradicional y se ofrece desde la generosidad, ofreciendo hoy lo que se puede compartir para poder pedir más adelante lo que se pueda necesitar. Considero relevante señalar que el status quo de la economía colaborativa es manifiestamente irrespetuoso con las «inversiones hundidas», esas que resultan de la inversión, se manifiestan como amortizaciones y se financian con un capital que exige intereses y dividendos.
- Las barreras de entrada se diluyen con propuestas de conocimiento abierto y financiación colectiva (o crowd-funding) allí donde la economía convencional intenta levantarlas y fortalecerlas construyendo derechos de propiedad intelectual y cerrando o privilegiando las fuentes de financiación.
- Los modelos de negocio en la economía colaborativa responden a la lógica “lean” y ocupan el espacio que operan modelos de negocio tan tradicionales que bien podemos calificar como centenarios.
- La infraestructura crítica en la economía colaborativa es puramente digital (de tercera generación, añado), mientras que las propuestas convencionales siguen analógicas o, como mucho, parcialmente digitales (y de segunda generación).
- La confianza entre las partes asume el protagonismo de habilitador de la relación en la economía colaborativa, rol que tradicionalmente tiene el dinero y el crédito ante terceros (o la disponibilidad futura de dinero).
- Las intenciones estructurales de lo colaborativo son el compartir y la generosidad para facilitar el acceso y el uso, agrandando el mercado con la incorporación de aquellas personas que no tienen suficientes recursos económicos (o eligen consumir responsablemente o rebeldemente) y colisionando con las intenciones tradicionales de tener y construir exclusividad desde conceptos de propiedad.
Todo lo anterior empuja a la economía colaborativa, o para ser más exquisitos con los conceptos, empuja a los «mercados colaborativos» a un nivel de eficiencia muy superior a los «mercados convencionales», acercándose curiosamente al ideal inalcanzado e hipócrita del capitalismo de «mercados perfectos». Y digo hipócrita porque la tradición académica y política afirma que el capitalismo ofrece «mercados perfectos» mientras que las empresas (especialmente las grandes empresas y las multinacionales) maniobran sistemáticamente para conseguir la imperfección de los mercados. Lo colaborativo ofrece mercados más eficientes (puramente digitales), más transparentes y más abiertos, con una oferta mucho más segregada y amplia, una demanda mucho más numerosa e inteligente, y unos esquemas de precio más flexibles y agresivos. Siendo así, no resulta difícil de entender que muchas empresas, especialmente las grandes empresas, se lleven las manos a la cabeza y, escandalizadas porque ven como su posición dominante se desvanece, ataquen la economía colaborativa con argumentos tan falaces como caprichosos e hipócritas.
Tenemos que añadir algo importante en estos momentos de crisis y transición en los que estamos. Las «intenciones» que, consciente o inconscientemente, desarrolla y fortalece la economía colaborativa y los que en ella participan, son intenciones propias de las personas y de la vida. Porque la economía colaborativa construye en favor del respeto y cuidado del medio ambiente (menos recursos y menos contaminación y menos basuras), humaniza la actividad (la relación, la confianza y la reputación en el centro), y favorece la distribución de la riqueza (ofreciendo ingresos a quien los necesita y abaratando servicios a quien no puede permitirse de otra manera). Así escrito, poco más tenemos que añadir si recordamos que la intención (casi) exclusiva de la economía convencional es la maximiación del beneficio y la rentabilidad del capital, algo bastante alejado de las dinámicas propias de la vida y muy próximo a las raices de la crisis económica y financiera en la que estamos.
Si lo anterior no fuese suficiente, la economía colaborativa comparte «intenciones» con otras corrientes económicas que responden, desde la rebeldía, al sinsentido del comportamiento de la economía convencional (y de sus agentes empresariales). Hablo de movimientos y propuestas como por ejemplo la Economía del Bien Común (que elige colaboración donde hay competencia, y bien común donde hay beneficio), la Economía de la Felicidad (que aboga por la localización donde hay globalización, y por el Índice de la Felicidad donde está el PIB) y la Economía Circular (que defiende procesos circulares que recreen el ciclo de la vida y critica abiertamente los procesos industriales lineales que ven al planeta tierra como «materia prima» y como «vertedero de basuras»). Estos movimientos de economía alternativa realizan un maridaje perfecto con la economía colaborativa. Y, algo que disgusta a la economía (capitalista) convencional, todos ellos empiezan a configurarse como una alternativa real cada vez más popular y viable.
Dejo para el final un aspecto estructural muy, muy relevante y diferencial: la economía colaborativa es resultado directo de «la innovación de la industria digital«. Y no me refiero sólo a que la economía colaborativa se nutre desde las leyes de la industria digital (ley de Moore, economías de escala puras, efectos de red, ley del first-to-market, ley de complementos, ley de Amara…), sino a que los agentes habilitarores de la economía colaborativa nacen impulsados por los superpoderes terrenales de Silicon Valley (lo que garantiza una aceleración exponencial en adopción y crecimiento, y un morfismo evolutivo sin límites) y nace abrazada por los nativos digitales, el único futuro social posible si atendemos a las leyes de la vida (esos mismos que reconozco como smart-human beings pero que desde la miopía oficial española – la que defiende la economía convencional – desprecia con atribuciones del tipo NI-NIs, paro juvenil del 50% y emigrantes sin derechos). Ambos aspectos, al menos a mis ojos, permiten vaticinar que la economía colaborativa no es una simple moda, sino que goza de un futuro prometedor con el que algunos nos atrevemos a soñar (ver #lovetopía. EL NUEVO MUNDO QUE LLEVAMOS EN NUESTRO CORAZÓN).
Quizás este primer decálogo que ofrezco sobre lo que caracteriza a la economía colaborativa resulte confuso para algunos. Me atrevo a aventurar que quizás sea así porque, y regreso al principio del post, confundimos los agentes que habilitan el mercado colaborativo con el mercado en sí.
Ofrezco un ejemplo que quizás ayude a entender este aspecto. AirBnB es quien organiza y opera el mercado colaborativo de alojamientos a través de su plataforma digital. Pero el mercado en sí, lo que realmente describe lo colaborativo, son las características y las dinámicas de los millones de individuos que se presentan como anfitriones y ofertan alojamiento (la oferta), los millones de individuos que actúan como huéspedes y ocupan esos alojamientos en sus viajes (la demanda), y las características de las transacciones que realizan (la compra-venta o intercambio de alojamientos). Siguiendo con el ejemplo, AirBnB como empresa no es más colaborativa que Microsoft, Oracle, Apple, Google o Facebook, sino más bien todo lo contrario, es una empresa idéntica a las anteriores de corte capitalista (léase convencional) que se rige por los principios clásicos de una multinacional digital con alcance global y cuyo objetivo último es maximizar el beneficio. Lo que es colaborativo, lo que realmente nos interesa de AirBnB (y de los otros protagonistas de la economía colaborativa) es el mercado que crea, es decir, las dinámicas de oferta, demanda y fijación de precios que posibilita. Ahí es donde está lo nuevo y ahí es donde tenemos que buscar una buena definición.
Por supuesto, también hay agentes o empresas que organizan y operan el mercado desde una aproximación alternativa que bien podríamos definir como «colaborativa» por incorporar en sus premisas de propiedad, de gestión o de aproximación al beneficio algunos principios o intenciones propias de la economía colaborativa. Ejemplos que me vienen a la cabeza son couchsurfing o goteo.org. Pero esto ya lo traté en un post anterior (ver aquí: La economía colaborativa: diferencias y actitudes).
Para aquellos que gustéis de profundizar en la charla que ofrecí ayer, a continuación os ofrezco una entrevista preliminar que me realizaron y el documento de apoyo que utilicé para visualizar algunos conceptos y facilitar su entendimiento.
Etiquetas: cambio, emprendedor, empresario, innovación, lovetopía, oportunidad, SiliconValley, SillaSofáZapatilla, tecnología
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