Gestionar el compromiso y la verdad en momentos de transición
06/03/2018 | carlosgoga | cambio, experiencias | No hay comentarios
No dejo de sorprenderme sobre cómo las creencias y los prejuicios nos condicionan y nos bloquean de las maneras más insospechadas. Últimamente, curioso cómo puede resultar leerlo, me he encontrado en repetidas situaciones con una de las más antiguas leyes de los hombres: el honor. Y creedme, elijo bien mis palabras al escribir “leyes de los hombres”, porque el honor viene del hombre y de la energía masculina.
El honor lo podemos entender como la voluntad firme e inquebrantable de mantener un compromiso y de vivir en la verdad. Hasta aquí, todo aceptable, todo bien. Es un asunto de gran autodisciplina ¡Ummm, esto ya me resuena más espinoso! Y aún así ¿quién no desea ser una persona en la que se puede “confiar incondicionalmente” porque mantiene su compromiso y su verdad? Utilizo comillas porque, así lo reflexiono y lo escribo, creo que la raíz del honor es la “confianza incondicional”. Sin duda, yo quiero ser una persona incondicionalmente confiable. Y como lo quiero, hago todo lo posible por sentir y actuar así, manteniendo mis compromisos y honrando mi verdad.
Claro, esto sería muy fácil si la vida se estuviese quieta y nada cambiase. Pero la vida no es así. La vida es cambio, y nosotros, parte de la vida como somos, también cambiamos. Aprendemos o descubrimos algo que no sabíamos. Conocemos a una persona nueva. Visionamos un futuro diferente. Escuchamos un sentir interior que antes no estaba ahí. Y sin darnos cuenta, nos resulta tan difícil mantener los “compromisos adquiridos” y las “verdades aprendidas” que entramos en una cruenta batalla interior.
Esa batalla interior a la que me refiero tiene ruidos de sables fáciles de reconocer ¿Voy a cambiar y romper mis compromisos? ¿Voy a cambiar y modificar mi verdad? ¿Qué pensarán de mí aquellos que me conocían en mis “compromisos antiguos” y en mi “verdad antigua”? ¿Pensarán que ya no soy una persona confiable porque he cambiado? O lo que es peor, entramos en cuestionamiento nuestra propia percepción de lo que somos, nuestra propia identidad ¿Dejaré de ser persona en la que se puede confiar? Y si no soy confiable, ¿seré una persona digna de recibir amor y aceptación de los demás?
Esta reflexión resultaría teórica si no tuviese grandes realidades detrás con idéntica magnitud de sufrimiento. Si he descubierto que mi pareja me es infiel ¿debo mantener mi relación? Si he descubierto que mis teorías o mis planes son difíciles de aceptar ¿debo mantener mi coherencia argumental? Si he descubierto que mi partido político de toda la vida es corrupto y actúa desde la mentira ¿debo mantener mi coherencia electoral? Si he descubierto que ya no disfruto trabajando en la empresa familiar ¿debo mantener mi fidelidad familiar? Si he descubierto que estoy profundamente enamorado de otra persona ¿debo mantener mi relación de pareja actual? Si he descubierto que ya no me gusta la vida que estoy viviendo ¿debo mantenerme donde estoy para honrar a los demás y no incomodar con mis anhelos de cambio? Seguramente, estas simples preguntas te resuenen en primera persona, o las conozcas a través de terceros cercanos, y te permitan conectar con lo difícil y doloroso que puede resultar manejarlas en la intimidad.
En momentos de cambio, sinceramente creo que no ayuda para nada mantener el honor, que es lo mismo que afirmar que no ayuda nada mantenerse firme con los compromisos adquiridos y con las verdades aprendidas. En momentos de cambio, lo saludable es “aflojar” los compromisos antiguos y “aflojar” las verdades aprendidas y, si llega el momento de culminar, entonces lo conveniente será “soltar” los compromisos antiguos y “soltar” las verdades aprendidas. Y digo cambio sin más, porque cambio es que cambiemos nosotros, o que cambie el entorno, o que cambie la información que manejamos del entorno.
¡Qué fácil me resulta escribirlo! ¡Y qué difícil me resulta hacerlo y luego manejar sus consecuencias! Sobre todo, ¡qué difícil me resulta gestionar la transición entre compromisos y verdades, entre los antiguos que ya no siento y los nuevos que estoy haciendo míos!
Y me doy cuenta de que parte de la dificultad viene de mi propia percepción, de esa voluntad mía de ser una “persona digna de confianza” ante los demás en cualquier momento, de ese repudio espontáneo a los calificativos con que socialmente describimos a quien está cambiando: infiel, traidor, incoherente, irresponsable, desagradecido, mentiroso…
Y me pregunto ¿realmente soy infiel, traidor, incoherente, irresponsable, desagradecido o mentiroso cuando elijo cambiar porque mis condiciones han cambiado? ¿No es igual de cierto que estoy siendo fiel, leal, coherente, responsable, agradecido y veraz conmigo mismo y con mi nueva visión de quien soy y de la realidad que me rodea?
Y me pregunto de nuevo ¿a quién me debo en primer término? ¿a los demás y a un pasado que ya no siento y no reconozco mío? ¿o a mí mismo y a un presente que se me manifiesta nuevo y que anhelo?
Y me pregunto una vez más ¿es tanto el miedo que tengo a la vida, y a los cambios que trae, que me aferro a lo antiguo que ya no siento y no reconozco mío? ¿es tan poco el amor que siento por el presente que se me manifiesta nuevo y el futuro que anhelo?
Reconozco con facilidad que mis preguntas me llevan a elegir cambiar, quizás alma libre como me siento, y que cuando así lo elijo, aflojo y suelto compromisos y verdades antiguas al tiempo que me permito entrar en un período de transición donde me muevo entre “medios compromisos” y “medias verdades”, un período de confusión tanto para mí como para aquellos que me rodean.
En períodos de transición, o de confusión, eso siento, acudo a dos principios que me ayudan y me sirven como brújula. Por un lado, me mantengo especialmente vigilante de cuál es la intención que me mueve. Hago lo posible por honrar mi intención de vida, la intención que me motiva hacia el cambio. Por otro lado, intento ofrecer en cada situación que habito la mejor versión de mí, hacer todo aquello que está en mi mano para facilitar la transición.
De la misma manera, reconozco que soy pacientemente beligerante con todos aquellos compromisos antiguos que están por escrito, que ya no responden a mí entender del momento, que no aceptan la posibilidad del cambio y que intentan limitarme en mí avance, llámense “contrato de socios”, “cláusula de permanencia” o “capitulaciones matrimoniales”.
Reconozco con facilidad que las preguntas, según las enuncio, me conducen a una dualidad que está omnipresente en nuestras vidas y en nuestra sociedad: mantenemos lo viejo, aunque nos disguste, o abrazamos lo nuevo, aunque les disguste a ellos (a los que viven de lo viejo).
Sinceramente, creo que la vida es cambio, que el cambio es evolucionar desde lo viejo hacia lo nuevo, y que interrumpir el cambio es como interrumpir la vida: se puede hacer durante una temporada en base a un sobreesfuerzo y mucha energía. Pero finalmente la vida siempre se abre camino, aunque sea llamando a la enfermedad, a la muerte y a la destrucción para que le echen una mano.
Sinceramente, creo que vamos por buen camino, individual y colectivamente, porque cada vez me resultan más frecuentes los alegatos en favor de la intención como valor-guía fundamental; y sobre la necesidad de ofrecer el mejor potencial de ser en cada momento, en cada situación.
Sinceramente, creo que la vida la sentimos en toda su intensidad en nuestra experiencia de ser, y que es a nosotros y sólo a nosotros a quien nos debemos fidelidad, lealtad, coherencia, responsabilidad, agradecimiento y veracidad. Y si por el camino alguien me quiere señalar como “persona no confiable”, pido que lo haga con energía. Así sabré con quien no caminar más por estos caminos del vivir.