La magia de las estrellas del Parque Nacional de Monfragüe (Cáceres)
23/12/2011 | carlosgoga | experiencias | No hay comentarios
Esta es mi pequeña historia de hoy. Justo ocurrió esta tarde. La tarde del 23 de diciembre de 2011. Está recien salida del horno de la vida. Y es hermosa y bonita. O al menos, a mi se me encoge el corazón de resentirla. Dame tres minutos. Sólo tres. Voy.
Hoy me organicé para ver la puesta de sol en el Parque Nacional de Monfragüe. Regresaba desde Cáceres hacia Madrid. Iba a ser mi baño especial de naturaleza del día. Pero apenas faltaban 15 kilómetros y me encontré con un todo gris oscuro de niebla. No se veía nada. Impensable ver el cielo. Menos, la puesta de sol. Pensé en dar media vuelta y pasar, pero continué. No sé muy bien porqué. Quizás con un poco de suerte, me dije para mis adentros.
Elegí, como otras veces, el Castillo de Monfragüe. Es uno de mis pequeños lugares en el mundo. Es un sitio mágico. Te lo recomiendo. Imagínate una montaña alta, muy alta. Visión abierta 360 grados. Muuucha profundidad de campo. A la derecha, un valle agudo con el río Tajo. A la izquierda, otro valle, este ancho y enorme, poblado por una basta dehesa. Encinas, alcornoques y robles. Delante, un acantilado y un pico que se conoce como El Salto del Gitano. Llamativo es no porque saltase un gitano, que no lo sé, sino porque es tal su pendiente que centenares de rapaces y otras grandes aves lo han escogido para sus nidos. Detrás, una cresta de montaña, de verdes y escarpadas rocas, recién salida de un juego de plastilinas. Sino lo conoces, acércate a Google y lanza una búsqueda. Así ilustrarás esta pequeña historia.
Pues bien, llegué casi a tientas al castillo y nada se veía. Tuve una ocurrencia repentina y cogí una bolsa y un par de mantas de viaje. La bolsa de esas alargadas con mi kit básico para practicar kundalini yoga. Quizás, pensé, meditar un rato entre la niebla como alternativa a la puesta de sol. Ya prácticamente era de noche. Me abrigué todo lo que pude. Por supuesto, ni un alma. La oscuridad, tal, que decidí encender tres velas para aumentar la visión de la entrada y la escalera del castillo. Llegué a las almenas con facilidad, indiferente a lo estrecho y empinado y oscuro del subir. Las velas, cosa mía. Parte de mi kit. Nada se veía. Apenas podía ver mis pies. Por supuesto, gris delante, gris detrás, gris a la derecha y gris a la izquierda. Mucha humedad y bastante frío. Todo invitaba a desistir, pero no lo hice.
Poco a poco, casi a tientas, desenrollé la esterilla de yoga, puse una de las mantas como cojín y encendí una vela. No tanto por la luz, sino para encender un palo de santo que llevaba conmigo y disfrutar de su preciado aroma. Una vez sentado, me tapé con la otra manta y repasé, como quien quiere proteger aún más al cuerpo, chaqueta, bufanda y guantes. Listo para empezar. Cogí el Android, dedazo al Spotify y adelante con mi lista de top para meditar. Por cierto, incluye mi selección de Snatam Kaur, más algún otro mantra de Amrit Kirtan y Simrit Kaur. En total, casi 90 minutos de melodiosos mantras de una ternura y un amor indescriptibles.
Y allí me tenéis. Sentado, piernas cruzadas. Abrigado hasta los huesos. Pulgar e índice juntos, palmas de las manos hacia arriba. Oscuro de noche. Más oscuro si cabe de niebla. Mantras desde el Android. Frío y humedad en estado puro. Bajo cero, seguro. Mi voz, atrevida y solitaria, penetrando en la nada de la noche.
Un buen rato después, de repente, ocurrió. El cielo, justo encima de mí, empezó a abrirse. No delante ni detrás ni a los lados. Ahí, siempre niebla. Pero no encima. Arriba, la niebla se abrió para mostrarme un cielo estrellado como nunca antes había visto. Uauuh. No sé escoger palabras para describir aquello. Uauuh. Dios, cuantas estrellas, cuanta profundidad, cuanta plenitud. Uauuh. Parecía como si las hubiesen puesto todas allí para mí. Sólo para mí. Uauuh. Para que pudiese sentir la grandeza y la hermosura y el poder del universo en toda su inmensidad. Uauuh. Para que viviese el privilegio de sentirme especial por estar allí y ser quien soy y haber perseverado hasta lo comúnmente irracional.
Quizás si lo intentas, aún puedas escuchar el eco de mi risa. No sé por qué, pero empecé a reír a carcajada limpia. Sin poder detenerme. Un buen rato. Mucho rato. No recuerdo cuando fue la última vez que reí tanto y tan bien y tan a gusto. Pero no había nada gracioso. Era sólo risa. Y el embriagador sentir que la risa trae. Luego, al rato, lo entendí. Reía de alegría. De puro amor. Mi carcajada era como ese manantial de energía amorosa brotando de mi interior. Ya han pasado unas cuantas horas, y sigo con la sonrisa puesta. Y la carcajada sigue ahí. Me encojo de hombros. No sé. No sé que ha pasado. Quizás, simplemente, he vuelto a reír. Otra vez.
Mi pequeña experiencia de hoy, ojala, sea una premonición de lo que será el 2012. O al menos, yo lo convierto en mi deseo especial para todos y cada uno de vosotros.
¡Que la niebla del 2012 se abra sobre tu cabeza, te muestre la más hermosa de las realidades y te colme de felicidad y alegría! ¡Felices fiestas, familia y amigos! ¡Felices fiestas! Os quiero.
PD: Luego, mientras conducía hacia casa, tomé consciencia de lo peculiar de la situación vivida. Allí estaba yo, en medio de la noche, rodeado de niebla. En Cáceres. Hijo de valenciana y extremeño. Viviendo en Madrid. Conduciendo un coche alemán. Escuchando un aparato koreano. Con sistema operativo de USA. En una aplicación que nos llega de Suecia. Escuchando mantras de tradición hindú. De boca de una cantante americana. Porque aprendí kundalini yoga de un gurú francés. ¡Ciertamente, este sistema nuestro tiene grandes, grandes cosas! Por ejemplo, la cara mágica de la tecnología globalizada. Nuestro reto no es tan difícil: sólo tenemos que facilitar el cambio, dejar que la crisis rompa lo que debe romper y abrazar lo nuevo que vendrá después.
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