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Blog de Carlos Goga

Las matemáticas de la edad y del hacerse mayor

30/07/2017 | | experiencias | No hay comentarios

Hubo una época en la que no celebraba los cumpleaños. Todo empezó porque siempre me pillaba en viaje de empresa y aquello de mezclar lo personal y lo profesional no lo entendía bien. La tradición de celebrar la recuperé cuando nació mi hijo y así lo mantuve durante años: una celebración simple, de ámbito familiar, dedicada a los más pequeños, donde los adultos éramos simples personajes de su fiesta. Y así seguí hasta que llegó Facebook. Ya sabemos que son muchas cosas las que Facebook ha cambiado. En mi caso, también la relevancia y el sentir de cumplir años.

Cuando observo mi pequeña historia, me doy cuenta de que el período en que no celebré, o celebré poco, ha sido precisamente el final de los 20 y los 30. Tanto es así que cuando empecé a resentir las celebraciones, así de sopetón, aparecieron los 40 y sentí que pesaban. Pero este sentir de peso no ha sido en el vivir, que ha cambiado tanto que apenas siento continuidad entre mis 30 y mis 40, sino en las matemáticas de la edad y la percepción (propia y de terceros) que jugar con las matemáticas implica.

Recuerdo con facilidad la primera vez que una “chica joven”, así la veía yo, se dirigió a mí con ese “Usted” tan educado como distanciador. Lo sentí cómico, incluso pícaro. Pero escoció. Años después, sin embargo, esta vez con un resentir muy diferente, trágico casi de escalofrío, una “mujer joven”, y nótese aquí ya mi propia diferencia de percepción, se dirigió a mí como “el hombre del pelo blanco”. Aquel día dejé de ser “rubio” para sentirme “de pelo blanco”.

Quizás suene poco trascendente, pero estos simples instantes los recuerdo como “marcas” en mi transitar de edad, en mi propio acto de un “envejecer” que deja atrás opciones de vida, que cierra puertas que (quizás) nunca más se abrirán. Por razones tan obvias como curiosas, en ambos casos han sido mujeres que sentía “candidatas en el juego de la seducción” las que me han acercado a mi propio abismo del espejo de la edad, de sus implicaciones y de sus límites.

Durante muchos años, hasta los 40, sin consciencia alguna, pensé y actué con una preferencia simple con las mujeres: me gustan mayores. Esta creencia, limitante como pocas, ha estado escrita en la piedra de mi inconsciente y describe bien todas y cada una de las relaciones que he tenido: yo más joven, ellas más mayores.

A los 40 ocurrió que hice el Camino de Santiago y su magia me puso en los brazos de una mujer cuya edad ni pregunté. La mañana siguiente, en esa conversación propia de querer saber más después del juego del amor, descubrí que tenía 36, que era 4 años más joven. El primer sentir que me invadió fue de culpa, de haber hecho algo incorrecto o indebido. ¡Qué curiosa que es la mente y cómo nos influye! Necesité unas cuantas carcajadas para deshacer ese nudo mental de “me gustan mayores” que tanto me había limitado e influido.

A partir de los 40, libre de esta atadura que se me pegó en algún momento al corazón, empecé a relacionarme con mujeres sin atender a la edad. La vida, generosa como es, como queriendo resarcirse y compensar todo aquello a lo que había renunciado, me ha permitido entablar relaciones con mujeres más jóvenes, de todas las edades que comprende la juventud, desde los 20 y medios hasta los treinta y altos.

Sin embargo, el año pasado empecé a sentir una dislocación de edad. Casi de manera simultánea, en apenas unas semanas de diferencia, me invitaron a tres fiestas de cumpleaños donde se celebraban los 30. Creo que sin darme cuenta, recliné asistir a la primera. Con algo más de consciencia de tensión de edades, me surgió un “conflicto de agenda” y pasé también de la segunda. Pero la incomodidad ante las coincidencias creció y, de manera plenamente consciente, así lo recuerdo, me cerré en banda y tampoco fui la tercera. ¿Qué me está pasando?, me pregunté. ¿De dónde viene esta no aceptación de mi edad?

Mi creciente preocupación con “envejecer” me llevó a un par de buenas conversaciones con amigos. Uno de ellos acaba de contraer segundas nupcias y han tenido un bebé; él tiene más de 50, ella a penas 30 y pocos. Reconozco que le admiro, sólo por esta valentía, de una manera ilimitada. Otro de ellos, casualidades de la vida, vino al mundo cuando su padre tenía más de 50. Su testimonio como hijo-con-padre-mayor está tan lleno de reconocimiento hacia el padre, es tan generoso en amor, que recordar sus palabras aún me conmueve profundamente.

Estas conversaciones me resuenan abundantes en pistas, en obviedades, sobre la raíz de mi incomodidad reciente (¿actual?) con la edad. De alguna manera, veo claro que he incorporado una nueva creencia que marca mi sentir, y desde el sentir, me está condicionando en el pensamiento y me está limitando en las situaciones que vivo. Intento escribirla y se me resiste. Paro, dejo el teclado y espero. Me inundan nuevos pensamientos. Si la escribo, ¿empezará a disolverse? O por el contrario, si la escribo ¿será como instalarla definitivamente?

Sonrío, sonrío de nuevo y caigo en la cuenta. Sigo otorgando un poder inmenso a las matemáticas de los años, como si fuesen esas matemáticas las que decidiesen por mí.

Claro, caigo en esta nueva creencia porque, en tal que creencia, campa suelta por la sociedad, está imbricada en el sistema y se amplifica de mil maneras. Mayor de edad a los 18; estudiado a los 23; con trabajo serio antes de los 30; en riesgo de exclusión laboral a los 45; obligado a retirarte a los 65; conveniente discutir (ideológicamente) si es mejor a los 65 ó a los 67; emprender siendo joven; buscar pareja y crear relación mucho mejor siendo joven; eres mayor para mí porque tengo 33…

Y me pregunto: ¿en verdad comparto esto, todo esto? ¿Es así como siento y como pienso? ¿Pero qué significa ser joven hoy en día? ¿Dónde están las limitaciones relevantes? ¿Fuera en el sistema, fuera en las opiniones de los demás? ¿O dentro, en mí, si por alguna de aquellas elijo hacer (o resbalo y hago) esta creencia como algo mío?

De alguna manera, empiezo a sentir que las matemáticas de la edad están absolutamente obsoletas. Noto el peso de lo viejo en esta manera de entender la vida. Veo que emerge un sentir diferente. Algo así como que seré joven mientras elija no atender a las matemáticas de la edad y me permita vivir sin límites, comprometerme sin límites y atreverme sin límites. Siento que lo relevante de la juventud es no aceptar límites, ni límites fuera ni límites dentro, ni límites conmigo ni límites con el otro.

Y creo que este va a ser mi auto-regalo de cumpleaños. 49 recién cumplidos y declaro mi rebeldía a la matemática de los años. Si, éste es un buen regalo de cumpleaños.

¡Vow! Cómo me resuena aquél “para mí no tienes edad” que me he atesorado como un regalo único, o ese “sigues siendo muy joven” que escuché ayer en circunstancias muy diferentes. Siento el agradecimiento por estas apreciaciones y este reconocimiento, de corazón, porque me han acompañado y aliviado hasta este momento, hasta aquí.

Pero ahora quiero ser yo quien elija, y elijo esta nueva rebeldía, otra nueva rebeldía, ahora ante el entender de la vida con unas matemáticas de los años que imponen límites. Elijo no atender a las matemáticas de la edad y ocuparme en vivir sin límites, comprometerme sin límites y atreverme sin límites. Elijo no aceptar límites, ni límites fuera ni límites dentro, ni límites conmigo ni límites con el otro.

Ojalá consiga hacer mío este sin-límites nuevo y me acompañe día a día, ahora que acabo de cumplir 49 o cuando cumpla otros “números” más. Y para que no se me olvidé, aquí lo dejo, como mensaje en una botella en el océano de internet.

Etiquetas: cambio, corazón, oportunidad

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