Prisioneros de nuestras creencias
05/09/2012 | carlosgoga | cambio | No hay comentarios
Hoy comparto un cuento firmado por Borja Vilaseca para EL PAIS SEMANAL. El cuento, que introducía un magnífico artículo titulado ¡Que CAMBIEN los demás!, decía algo así:
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Un joven rey de un reino lejano se cayó un día de su caballo y se rompió las dos piernas. Aunque médicos buenos no le faltaban, ninguno consiguió que volviese a andar. Fue un grave accidente comentado por todos los habitantes del reino. Desde entonces, el joven rey siempre tuvo que caminar con muletas.
Pero aquel joven rey era orgulloso y no quería sentirse menos que los demás. Haciendo uso de su poder como rey, mandó publicar un decreto que obligaba a todos los de su reino a llevar muletas. Las pocas personas que se rebelaron fueron arrestadas y condenadas a muerte. El miedo se apoderó de la población y, desde entonces, las madres enseñaron a sus hijos e hijas a caminar con muletas en cuanto comenzaban a dar sus primeros pasos.
Como el rey tuvo una vida muy larga, muchos habitantes desaparecieron llevándose a la tumba el recuerdo de aquellos tiempos en que se andaba sobre las dos piernas. Años más tarde, cuando el rey finalmente falleció, los ancianos que todavía seguían vivos intentaron abandonar sus muletas, pero sus huesos eran frágiles y fatigados y no pudieron. Además, trataban de contarles a los más jóvenes que años atrás la gente solía caminar sin utilizar las muletas. Pero la respuesta que obtenían de los jóvenes siempre era la misma: se reían de ellos y lo tachaban de historias de viejos.
Movido por la curiosidad, un día un joven intentó caminar por su propio pie, tal y como había escuchado de los ancianos. Pero se caía constantemente al suelo y, sin quererlo, se convirtió en el hazmerreír de todo el reino. Sin embargo, empujado por su determinación, poco a poco fue fortaleciendo sus entumecidas piernas, ganando músculo y equilibrio. Con el tiempo, empezó a caminar y a dar varios pasos seguidos.
Su conducta empezó a desagradar al resto de habitantes. Al verlo pasear, la gente dejó de dirigirle la palabra. Y el día que el joven comenzó a correr y saltar, nadie lo dudo; todos le dieron la espalda porque creyeron que se había desquiciado por completo.
En aquel reino, donde todo el mundo sigue llevando una vida limitada por muletas, aún se habla de aquel joven como “el loco que caminaba sobre sus dos piernas”.
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Este cuento me recuerda que somos prisioneros de nuestras creencias, hábitos y prejuicios. Yo lo fui y desconozco si aún lo soy. Me dijeron lo que a la mayoría de nosotros. Me lo dijeron de mil y una maneras. Y yo me lo creí.
Sé obediente, me dijeron. Estudia, trabaja, cásate, ten hijos, hipotécate, me dijeron. Gana mucho dinero, compra muchas cosas, me dijeron. Lee libros, escucha la verdad de la tele, entrégate a la opinión ilustrada de los periódicos, me dijeron. Ve a votar y confía en el gobierno.Y sobre todo, no abandones este camino. Sino cuestionas jamás lo que te hemos dicho, al final, serás feliz.
Pero hace unos años, recorrí todo el camino que me dijeron que tenía que recorrer y sólo encontré el vacío. Entré en crisis, me di cuenta de que ese no era mi camino, de que esa no era mi verdad, de que no me esperaba la felicidad en ningún sitio. Decidí cambiar y cambié.
Cambié una vez. Cambié otra vez. Y aún hoy sigo alojado en el cambio. Y veo, cada vez con mayor claridad, que la mayoría de los que me acompañan en el camino no anticipan ni tan sólo que pueden cambiar ni admiten que yo haya cambiado.
Escucho reproches permanentemente de aquellos que me rodean. Estás sin rumbo, me dice mi padre. Aunque aparentas estar bien, te mueve el resentimiento, me dice mi hermana. Siempre haces lo que te da la gana y ya ni te responsabilizas de tu hijo, me dice mi ex mujer.
Y sus reproches aparecen cuando se ven enfrentados a la posibilidad, por pequeña que sea, de que tienen que admitir una situación nueva que les lleve a cambiar algo. Como admitir que lo que ha funcionado durante 40 años ya no funciona. Como admitir que lo que escucha del gobierno a través de la televisión quizás no sea correcto. Como admitir que lo que fue una pensión aceptable hace 10 años quizás ya no lo es.
Escribo sin ningún objetivo concreto. O quizás si. Quizás para recordarme que una vez fui prisionero de mis creencias, hábitos y prejuicios y que quizás aún lo sea, pero de otros nuevos. O quizás, quizás hoy escribo para dejar una lágrima aquí. Quizás, la misma lágrima que se le escaparía a aquel joven que se sintió criticado y rechazado porque descubrió que podía pasear, andar, correr y saltar y ya no quería utilizar nunca más las muletas.
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