Sobre Dédalo, Ícaro y Perdix
27/11/2008 | carlosgoga | cambio, educación | No hay comentarios
Dédalo, a quien se le conoce por su audacia y sabiduría, fue un arquitecto y artesano al que se le atribuyen muchas invenciones, entra ellas la primera estatua. Entre sus creaciones también tenemos el laberinto del Minotauro, en Creta.
En la antigua Grecia, el dios Poseidón regalo un toro blanco al rey Minos para que lo sacrificase en su honor. Minos, sin embargo, decidió hacer del toro blanco una de sus posesiones. Como venganza, Poseidón hizo que la lujuria naciese en Pasifae, mujer de Minos, y copulase con el toro blanco. Fue Dédalo también quien construyó en madera una vaca hueca para que el apareamiento carnal entre el toro blanco y Pasifae fuese posible. De ahí nació una bestia, el Minotauro. A cambio de su paz, el Minotauro exigía cada año siete hombres jóvenes y siete doncellas como alimento.
El Rey Minos, para no enojar más aún a Poseidón, mandó a Dédalo construir un laberinto en el que el Minotauro pudiese vivir, pero del que no fuese capaz de salir. Fue tan compleja y difícil su estructura que se dice que hasta el mismo Dédalo casi pereció buscando el camino de salida. Como Minos no quería que nadie supiese de los secretos del laberinto, mandó encerrar a Dédalo en prisión.
Dédalo, sabedor de que Minos vigilaba todas las salidas de Creta por tierra y por mar, empezó a ingeniar la manera de escapar de su cautiverio por aire. Uniendo plumas de distintos tamaños, algunas con hilo y otras con cera, construyó unas alas. Eran una alas tan perfectas que bastó con ponérselas una sola vez para empezar a volar. Visto el éxito, construyó unas segundas alas para su amado hijo Ícaro y le enseño cómo utilizarlas. Y le aleccionó sobre los peligros que escondían. No debía volar muy alto, porque de hacerlo el sol derretiría la cera. No debía volar muy bajo, porque de hacerlo el mar humedecería las plumas. Debía ser cauto y volar ni muy alto ni muy bajo.
Ícaro, joven como era, olvidó pronto las lecciones de su padre y durante la fuga voló tan alto que el sol derritió la cera. Cayó empicado al mar. Un intenso dolor embargó a Dédalo por haber creado las alas con las que su hijo murió. Convino refugiarse por siempre en Sicilia, bajo la protección del rey Cócalo, después de construir un hermoso templo en honor a Apolo. Allí colgó sus alas por siempre jamás.
Enojado como estaba el rey Minos por la fuga de Dédalo, ingenió un acertijo que sólo él fuese capaz de resolver. Recorrió tierra y mar ofreciendo una recompensa a quien encontrase la solución. El rey de Sicilia, conocedor de la audacia y sabiduría de Dédalo, le hizo llamar en secreto y le pidió que resolviese el acertijo, como muestra de agradecimiento por su protección. Había que enhebrar un hilo a través de una caracola marina en espiral. Dédalo ató el hilo a la pequeña pata de una hormiga, puso algo de miel en el extremo de la caracola y dejó que la hormiga caminase. Tiempo después, la hormiga recorrió toda la espiral de la concha hasta llegar al extremo donde estaba la miel con el hilo aún atado en su patita. Dédalo desató el hilo y entregó la caracola enhebrada al rey Cócalo, quien a su vez se la entregó al rey Minos con la esperanza de recibir la recompensa. Minos supo entonces que Dédalo estaba en Sicilia y exigió al rey que se lo entregase. Cócalo convenció a Minos de que aceptase un baño privado con sus hijas. Antes había conspirado con éstas para que le asesinasen en agua hirviendo.
La fama de Dédalo creció hasta tal punto que él mismo se consideró el más audaz y sabio de todos. Perdix, su sobrino, andaba en aquella época al cuidado de su tío, quien le adiestraba y enseñaba en todas las artes que conocía. El sobrino demostró gran capacidad de aprendizaje e ingenio. Un día, caminando por la playa, observó una espina de pez. Se encerró en la herrería durante varios días hasta que apareció con la que resultó ser la primera sierra nunca fabricada, e inventó así la carpintería. Otro día, cogió dos varillas de hierro, las unió por un vértice y creo el primer compás de la tierra, dando pie al nacimiento de la geometría. Fue tal la envidia que levantó en su tío que, tan pronto pudo, aprovechó un descuido de para empujarlo por un acantilado y acabar con él para siempre. Pero Atenea, siempre atenta, cuidadora del ingenio más puro, vio la escena y maniobró para convertir a Perdix en un precioso pájaro.
Esta leyenda de la mitología griega acabó así.
Dédalo en el destierro y con fama eterna del técnico o ingeniero sin escrúpulos que no entiende de fidelidades.
Ícaro muerto, representando el deseo del hombre de ir siempre más lejos, aún conocedor del riesgo de su condición de simple ser humano.
Perdix convertido en un ave muy especial. Construye sus nidos en tierra, no intenta largos vuelos y descansa siempre entre seto y seto. Consciente de su caída, evita las grandes alturas. Tan peculiar para la mayoría que es objeto de todo tipo de juegos e incluso de la caza deportiva.
Etiquetas: cuentos, oportunidad, peligro