Un Cervantes homosexual: provocación o descubrimiento
16/09/2025 | carlosgoga | experiencias | No hay comentarios
Hace unos días vi la película El Cautivo, y algo en ella me removió de una manera inesperada. Y no fue el retrato de la vida en Argel ni el dolor del cautiverio, sino la insinuación de un Cervantes quizás homosexual, una posibilidad que nunca antes había considerado. Me descubrí distraído por esa idea, incapaz de dejarla pasar, como si la película hubiera abierto una puerta a un territorio incómodo pero fascinante. Tal vez me afectó tanto porque para mí la homosexualidad no es un dato anecdótico sino un hecho cargado de trascendencia cultural, espiritual y política: habla de identidades silenciadas, de deseos prohibidos y de la lucha (interior y exterior) por el derecho a ser uno mismo.
Mientras avanzaba la historia, noté que mi atención se desviaba de la trama para irse detrás de esa pregunta: ¿y si Cervantes lo fue? ¿Qué habría significado para su vida, para su obra, para su silencio? Sentí que esta duda no era trivial, sino que tocaba algo profundo en mi manera de leer la literatura y de pensar la historia. En vez de descartar la idea, cuando llegué a casa empecé a ver adónde me llevaba. Y aquí estamos. Este texto nace de mi necesidad de interrogar la incertidumbre que nos dejó Cervantes, de mirar con otros ojos a la persona y su Don Quijote, y de preguntarme si en su locura y en su lealtad no podrían esconderse también historias nunca contadas.
Hablar de un “Cervantes homosexual” no es formular una certeza histórica, sino abrir un espacio de provocación cultural. Busco y rasco en internet y en la IA y veo que sabemos mucho y a la vez muy poco de Miguel de Cervantes: conocemos sus batallas, sus cautiverios, sus oficios y sus libros, pero casi nada de su intimidad. A diferencia de otros escritores de su tiempo, no conservamos cartas de amor ni diarios personales. Tampoco hubo procesos judiciales que nos revelen sus inclinaciones. La imagen que nos llega es la de un hombre de carne y hueso que amó, sufrió y soñó… pero cuya vida afectiva está envuelta en silencio. Y en ese silencio, algunos han querido escuchar otra historia.
Hay quien junta algunas piezas de su puzle biográfico para imaginar a un Cervantes homosexual. La peli bien las recoge. Juan Blanco de Paz, compatriota renegado que convivió con él en Argel, lo acusó de “cosas viciosas y deshonestas”, aunque su testimonio fue desmentido por otros cautivos. Otros se fijan en la clemencia del bajá Hasan, que misteriosamente para nuestra mente no lo ejecutó a pesar de cuatro intentos de fuga: ¿favor personal?, ¿admiración?, ¿algo más? También está el duelo de 1569, que lo obligó a huir a Italia, interpretado por algunos como consecuencia de una acusación de sodomía (sin pruebas documentales). Se cita la carta-poder que otorgó a su esposa Catalina, vista como indicio de separación tácita, y el soneto satírico de Lope de Vega que insinúa su “falta de hombría”. Ninguna de estas piezas demuestra nada por sí sola, pero juntas invitan a la imaginación.
La España de Felipe II y Felipe III era un lugar peligroso para quien se salía de la norma. La sodomía era delito capital y podía llevar a la hoguera. Casos como el del conde de Villamediana o los procesos inquisitoriales contra frailes y soldados muestran que no era una amenaza retórica: era una realidad. En literatura, el tema estaba presente, aunque casi siempre como burla o condena. Quevedo envía a los sodomitas al infierno en Los Sueños, Vélez de Guevara describe vicios sexuales en El Diablo Cojuelo, Delicado muestra el submundo erótico de Roma en La Lozana andaluza, y Lope o Tirso usan personajes afeminados para provocar la risa del público. Cervantes, en cambio, guarda un silencio absoluto: ni burla, ni condena, ni representación.
Para jugar con esta idea, imaginemos por un momento que Cervantes hubiera escrito algo distinto, un triángulo afectivo entre Don Quijote, Sancho y Dulcinea:
DON QUIJOTE: ¡Oh, soberana Dulcinea, estrella de mis desvelos! Y sin embargo… hay otra luz que me guía.
DULCINEA: ¿Otra luz? Decid, que no he venido a juzgaros.
SANCHO: Pues creo que habla de mí. No hay noche que no sintamos el uno la respiración del otro.
DON QUIJOTE: Si existiera un reino donde el amor de un caballero por su escudero no fuese llamado locura… allí querría yo vivir.
DULCINEA: No soy rival, sino testigo. Fundad ese reino, y hacedlo eterno.
Ahora elijo un texto real (Parte I, capítulo XXV):
“Yo imagino que todo lo que digo es así, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Helena, ni la alcanza Lucrecia…
—Bien digo yo —responde Sancho— que vuesa merced tiene razón en todo, pero yo ¿qué sé si es la hija de un rico labrador del Toboso?
—Eso importa poco —replica Don Quijote—; que hay muchas hijas de labradores que son tan dignas de ser reinas y señoras como la mejor hija de rey.”
El contraste es claro: en la novela, Dulcinea es el motor único de la aventura, Sancho el testigo cómico. En la versión imaginada, Dulcinea se vuelve cómplice y Sancho centro de la emoción. Este juego permite sentir lo mucho que habría cambiado la novela si Cervantes hubiera querido expresar un deseo prohibido: el Quijote se habría convertido en un manifiesto de desafío radical.
Quienes rechazan la hipótesis recuerdan que la biografía de Cervantes carece de cualquier proceso judicial, algo que sí está documentado en otros casos; que la acusación de Blanco de Paz es poco creíble; que el favor del bajá Hasan se explica por el valor económico del cautivo; que su matrimonio con Catalina de Salazar se mantuvo hasta el final —ella lo nombró heredero y pidió ser enterrada junto a él—, y que en toda su obra no aparece ni un solo personaje homosexual, ni siquiera en tono de burla, recurso que le habría servido para reforzar su ortodoxia si lo hubiera querido. Sus personajes aman a mujeres, buscan su honra en matrimonios legítimos y cierran sus historias con bodas, como ocurre en Persiles y Sigismunda.
La pregunta, entonces, no es si Cervantes fue homosexual —algo imposible de responder con las pruebas que tenemos—, sino por qué su obra guarda un silencio tan absoluto. ¿Fue autocensura o fue desinterés? Quizá fue un hombre prudente, que después de la cárcel, del cautiverio y de los rumores eligió no dejar resquicios que lo expusieran. Quizá fue un escritor que entendía su misión como la de hablar de lo humano universal —la libertad, la locura, el desengaño, el honor— y no de su confesión íntima. Quizá fueron las dos cosas a la vez: la prudencia del superviviente y la ambición del creador que busca la inmortalidad literaria.
Quizá la mayor riqueza de los silencios de Cervantes sea que permiten todo tipo de proyecciones. Así como hoy nos atrevemos a imaginar a un Cervantes homosexual, también podemos jugar con otras hipótesis igual de atrevidas: un Cervantes secreto espía de Felipe II, moviéndose entre Italia, Lepanto y Argel no solo como soldado y cautivo sino como agente de información; un Cervantes rico, recaudador de impuestos y administrador de fondos reales, que no fue el genio hambriento que los románticos nos pintaron; un Cervantes de sangre mestiza, quizá morisco o de ascendencia judía, cuya empatía con el “otro” en sus personajes podría tener raíces biográficas; incluso un Cervantes silenciosamente enamorado de una dama de la corte o de la reina, sublimando su pasión en las figuras idealizadas de Dulcinea y Sigismunda. Cada una de estas lecturas enriquece el mosaico de posibilidades y nos invita a explorar un Cervantes distinto al que nos enseñaron en la escuela.
En el fondo, todas estas hipótesis cumplen la misma función: nos ayudan a acercarnos a un hombre cuya vida estuvo llena de luces y sombras. Un hombre que conoció el poder, la guerra, el fracaso, la cárcel y la gloria literaria, y que eligió contarnos su mundo en forma de novela. Jugar con la idea de que pudo ser homosexual, mestizo, espía o enamorado imposible no es tanto un acto de irreverencia como un recordatorio de que Cervantes pertenece a todas las épocas. Cada generación tiene derecho a descubrir su propio Cervantes, a leer en su obra lo que necesita para comprenderse a sí misma. Tal vez ese sea el mayor homenaje que podemos hacerle: mantener vivo el juego, seguir preguntándonos quién fue realmente el hombre que nos dio a Don Quijote.