¿Es más rico el que más tiene… o el que menos necesita?
29/10/2012 | carlosgoga | experiencias | No hay comentarios
Hace un año inicié una serie de cambios en mi vida. Mi intención era seguir diferente y no repetir patrones cuyo resultado ya conocía. De entre las preguntas en mi cabeza, una especialmente simple: ¿Quién es más rico? ¿El que más tiene o el que menos necesita?
Vivir la respuesta ha sido y sigue siendo un viaje interesante e intenso. Dejé mi piso de la ciudad y me acomodé en el campo. Dejé los hoteles y empecé a alojarme en casa de amigos. Reorienté mi vida profesional y dejé el dinero a un lado para hacer aquello que me permite sentirme libre y útil. Eliminé el factor económico en las relaciones con la mayoría de los demás, optando por el trueque o ejerciendo el simple acto de dar o de recibir. Reduje gastos y necesidades económicas a mínimos, cambiando hábitos y costumbres que no recuerdo cuando empecé. E incluso me he inventado unas vacaciones donde viajar sin apenas gastar (lo he llamado ‘el hotel de las mil estrellas’) y he leído varios libros sobre la psicología del dinero para entender, desde un punto de vista más racional, el camino que he estado y sigo recorriendo.
Hoy, encuentro esta pequeña historia circulando en Facebook. Y la hago mía porque creo que es una buena historia. Y me gusta porque me hace sonreír y porque, una vez más, me acerca con simplicidad a la respuesta que busco. Aquí va la historia.
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Un padre, económicamente acomodado, quiso dar una lección a su hijo y enseñarle el significado de ser pobre. Decidió llevarlo a pasar un fin de semana con una familia humilde en el campo. El domingo por la noche, después de recogerlo y mientras regresaban a la ciudad, el padre preguntó a su hijo:
– ¿Qué te pareció la experiencia?
– Buena – contestó el hijo
– ¿Y? ¿Aprendiste algo? – insistió el padre
El hijo, con la mirada puesta en la distancia, empezó a hablar.
– Que nosotros tenemos un perro y ellos tienen cuatro.
– Que nosotros tenemos una piscina con agua estancada y que llega a la mitad del jardín… y ellos tienen un río sin fin, de agua cristalina, donde hay pececitos.
– Que nosotros usamos internas de LEDs para alumbrar nuestro jardín…mientras que ellos se alumbran con las estrellas, la luna y velas que colocan sobre la mesa.
– Que nuestro patio llega sólo hasta la cerca y el de ellos se pierde en el horizonte.
– Que nosotros compramos nuestra comida y ellos siembran y cosechan la suya.
– Que nosotros siempre estamos escuchando música con el iPhone y ellos tienen un canto de golondrinas, pericos, ranas, sapos, chicharras y otros animalitos
– Que nosotros cocinamos con la encimera eléctrica y, sin embargo, todo lo que comen ellos tiene ese sabor que deja el fogón de leña.
– Que nosotros, para protegernos, vivimos rodeados por un muro con alarmas, y ellos viven con sus puertas abiertas protegidos por la amistad de sus vecinos.
– Que nosotros confiamos nuestra tranquilidad a seguros médicos y hospitales de gente que no conocemos, y ellos descansan tranquilos viviendo rodeados del amor de familia y comunidad que les une.
– Que nosotros vivimos conectados al teléfono móvil, al ordenador y al televisor y ellos, en cambio, están conectados al cielo, al sol, al agua, al monte, a los animales y a la familia.
Mientras el hijo hablaba, el padre escuchaba en silencio, impactado por la profundidad de sus comentarios. Entonces, el hijo, con voz de abatimiento, se giró hacia su padre y terminó:
– Gracias, papá. Gracias por haberme enseñado lo pobres que somos
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