Conversar y tocarse en un mundo que ensalza el consumismo y la tecnología
17/12/2016 | carlosgoga | educación, experiencias, nuevas tecnologías | No hay comentarios
Esta semana han pasado por mi muro de facebook, cual mensajes en una botella, tres textos que elijo guardar aquí y que me llevan a la reflexión, una reflexión íntima y conveniente sobre el mundo que estamos creando y cómo nos relacionamos los unos con los otros, los unos con las otras, las otras con los unos y, lo que es más importante, nosotros con nosotros mismos.
El primero de los textos me llegó anónimo, rebotado a través de muchos compartir. Dice así:
«Nos estamos volviendo verdaderamente idiotas. ¿En qué nos estamos convirtiendo? Si ahora las relaciones tienen “last seen”, si ahora los besos se mandan por iconos, y toda la atención que necesitas es que te conteste por Whatsapp de inmediato, sin tardarse. ¿Qué clase de amor estamos creando? Si un buen amor va a depender de que te haya escrito para darte las buenas noches y los buenos días, un amor que lee las conversaciones que su pareja ha tenido con otros buscando algún motivo para desconfiar, un amor online, un amor de letras, un amor que vive pegado a un celular, un amor que sonríe por fotos enviadas. ¿Dónde quedaron las tardes de paseos por el parque y películas? ¿Y los besos de verdad? Si ya lo dijo Einstein: “El día que la tecnología sobrepase a la humanidad, tendremos una generación de idiotas”. Pues señores, bienvenidos a la maravillosa generación de los idiotas.»
El segundo de los textos lo firma Paulo Coelho. A mi me llegó en inglés; esta es su traducción:
«Lo más importante en las relaciones humanas es la conversación, pero la gente ya casi no habla, ya no se sientan a hablar y escuchar. Elegimos ir al cine, ver la televisión, escuchar la radio, leer libros, actualizar el estado en Internet, pero casi nunca hablamos. Si queremos cambiar y mejorar el mundo, tenemos que recuperar ese tiempo en que los guerreros se reunirían alrededor de un fuego y contaban historias.»
El tercero de los textos lo publicó mi querida amiga Vanesa Bejarano. Desconozco si es de ella o si proviene de un tercero. En cualquier caso, yo lo leí escuchando su voz y se lo reconozco a ella:
«Hablamos de Paz, pero seguimos en Guerra.
Hablamos de Amistad, pero no entregamos nuestros Secretos.
Hablamos de Buena onda, pero no sabemos Vibrar.
Hablamos de Fe, pero no creemos aunque podamos ver.
Hablamos de Derechos, pero no valoramos la Vida.
Hablamos de Libertad, pero no sabemos ver nuestras cadenas.
Hablamos de Sexo, pero no sabemos tocarnos.
Hablamos de Luz, pero no aceptamos nuestra sombra.
Hablamos de Amor, pero no queremos perdernos.
Hablamos, hablamos y hablamos… es lo que mejor sabemos hacer los humanos. Palabra sobre palabra. He aquí la prueba. Construimos nuestros reinos con deseos de scrabble y apostamos. Sin embargo, los hechos no se hacen con verbos, ni se abrazan nuestros corazones con sílabas. No nos jugamos todo a cambio de nada. Buscamos siempre el beneficio que esconde la duda. Necesitamos más cuerpo, reconocer el primer latido, saborear cada instante porque sí. Respirar la primera célula para forjar experiencias sin miedo a perder. Y, entonces, dejar salir la verdad que cada uno ha venido a manifestar, sea cual sea. ¿Sabemos cuál es nuestro propósito como humanidad?
Presta tu oído, presta tus manos. Presta tu movimiento todo lo que puedas. (…)
Somos un milagro hecho de partículas (…) Si supieras cuál es tu propósito… ¿Te lo creerías?»
Vow! Se me pone la piel de gallina al reconocer y resentir en mi todas estas palabras. Esta es la realidad en las que nos estamos moviendo. Hablar, hablar desde del corazón, hablamos poco o nada. Elegimos hablar desde la tecnología con sucedáneos o elegimos que hablen otros y nos situamos pasivamente en la vida a través de tanta propuesta mediática o de ocio. Y las pocas veces que nos lanzamos y hablamos, entonces nuestras palabras se quedan en la esfera de la mente, del pensamiento de lo políticamente correcto, del qué decir para agradar aunque no esté en nosotros, y no nos mostramos, no pasamos a la vida ni incorporamos cuerpo ni incorporamos acción a lo que decimos.
Tenemos grandes retos en esta época. El capitalismo industrial y la sociedad de consumo, ese conjunto de creencias, prejuicios y hábitos que colectivamente hemos heredado y seguimos practicando, ya no funciona. Y cada vez es más evidente que su mal funcionamiento resulta en grandes agresiones hacia las personas y hacia la vida.
Una agresión básica y fundamental es que nos hiperexcitan la mente a través de toda la presión mediática, publicitaria y la abundancia de propuestas de ocio y entretenimiento. Esta hiper estimulación ocurre en el ámbito del mundo exterior, de lo lejano, impidiéndonos centrar nuestra atención en los que están más cerca y mantener una conversación con ellos. Además, esta hiper estimulación se asienta en nuestro ser y resulta en una voz interior, un parloteo interior, incansable, tan permanente y ruidoso que nos dificulta, o incluso nos impide, mantenernos en contacto con nuestro propio corazón y con nuestro cuerpo. Y no es sólo esto. Por si no fuese suficiente, tanta presión nos impide desarrollar puntos de vista y sentires propios y nos impone (desde fuera) cómo tenemos que pensar y sentir.
Hace unos cuantos años, más bien sin razón alguna y desde el hartazgo y el cansancio, elegí no instalar TV en casa tras una mudanza y abandoné el hábito de escuchar música, y leer prensa y libros. Recuerdo que nació en mí un miedo interior que fácilmente aparece con estas preguntas: ¿Y ahora de qué hablaré con los demás? ¿Dejaré de ser interesante para los otros y caeré en el ostracismo social? ¿Cómo conseguiré la atención si no tengo temas de conversación interesantes? ¿Estoy provocando mi propia obsolescencia profesional al no mantenerme al día de todo lo que ocurre?
Hoy, resiento aquel miedo, me nace la sonrisa fácil y entro en contacto con la ingenuidad que habitaba en mí. No me corresponde a mí afirmar si soy un hombre más interesante o menos, o si me he quedado obsoleto profesionalmente o sigo siendo competitivo. Sin embargo, si que puedo ofrecer mi testimonio y declarar que disfruto de una paz interior mucho mayor, que he aprendido a estar con los demás en silencio, practicando la escucha profunda, y que he entrado en una etapa profesional realmente nueva e interesante donde mi espontaneidad interior, de pensamiento y sentimiento, se combina con todo el ruido que llega del exterior para ofrecer propuestas novedosas mucho más cercanas a lo que somos como seres humanos.
Ya hace un par de años que he regresado a las películas, los libros y la música. Pero ahora lo hago con mucha más selección, eligiendo qué veo, qué leo y qué escucho con esmero, dentro de un vivir en el que reservo mucho tiempo al silencio y a la meditación, atendiendo a mis preferencias, las que siento mías, y manteniéndome ajeno a la presión del exterior.
De la misma manera, hoy por hoy intento elegir mis relaciones y compartir mis situaciones y mi tiempo con personas que disfrutan de la conversación pero que son capaces de incluir el silencio en la conversación, que disfrutan de los pequeños detalles del vivir, del roce de manos, del beso y el abrazo espontáneo; personas que también eligen dejar a un lado el teléfono móvil, se alejan del discurso prefabricado y ofrecen, con vulnerabilidad, su sentir y su pensar, aunque sea un pensar incompleto, de incoherencias o de vacío; personas que se atreven a dar el paso y experimentar, entrar en el movimiento y en la acción, dejar a un lado tanta palabra etérea y permitir que el corazón y el cuerpo adornen los momentos.
Alguna vez me han preguntado, con curiosidad, porqué insisto tanto en que los habitantes de #lovetopía, ese mundo que ensueño en el que me gustaría vivir y que protagoniza mi actividad, se tocan tanto y se tocan con tanta esponaneidad. Y también porqué han recuperado la conversación en torno a un fuego como práctica social. Aquí está la razón, mi razón de corazón. O mi co-razón. Somos más que mente. Nuestra experiencia de ser incluye mucho más que el pensamiento y el verbo. Somos corazón, somos cuerpo y somos energía. Aquí lo comparto con detalle, si tienes tiempo. Somos capaces de hablar, pero también somos capaces de escuchar. Y alcanzamos la plenitud de ser, en lo individual y en lo colectivo (incluyendo un colectivo de sólo dos) cuando incorporamos todo lo que somos a la situación: mente, corazón, cuerpo y energía; hablar y escuchar; lo cercano y lo lejano; lo completo y cierto, y lo inacabado y confuso.
Limitarnos a la mente, una mente que se repite, es mal vivir, es poco vivir, es quedarnos en el plano de lo etéreo y de los otros y limitarnos la experiencia plena, la grande, la que realmente significa VIVIR, que construye desde manifestarnos desde el AMOR y con AMOR en todo lo que somos y sentimos.
Etiquetas: amar, corazón, oportunidad