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Blog de Carlos Goga

Adiós 2011, el año de la ‘Apertura’

31/12/2011 | | experiencias | No hay comentarios

Resumir un año en una palabra es, quizás, pretencioso. Pero sirve. Sirve para lo que sirve, claro. No para más. Pero es una buena reflexión.

Y para mi, 2011 ha sido mi año de la Apertura. Mi concepto de Apertura se ha llenado de un significado muy denso e inesperado. Sé que me he abierto como persona en todos mis planos y en multitud de situaciones. Y he aprendido tanto que, siendo un año duro como ha sido, sólo sé gritar ¡¡GRAACIAS!!

Como ejemplo, quiero compartir una experiencia reciente. Me resulta especial e íntima. Y hoy siento la necesidad de compartirla. A mi me ayuda a reflexionar sobre ello, sobre mi 2011, de otra manera diferente. A ti, espero, te ofrezca un punto de vista singular sobre asuntos que, quizás, ya conozcas. O sino, sobre asuntos que te acerquen un poco más a ti y a mi.

Era una de las reuniones que más he perseguido en los últimos meses. El tema, mi último proyecto empresarial. Dos años de trabajo intenso.  Fue, hasta hace poco, mi buena intención de vida. Personalmente, metí unos 90.000 euros. Empresarialmente, nos jugamos directamente algo más de un millón de euros. Pero sufrí chantaje por un fondo de capital riesgo, no me doblegué y la disputa acabó en que mis socios financieros, con malas formas y malos motivos, me sacaron de la empresa en julio de 2011. El infierno de julio. Pero esa es otra historia.

Visualiza dos grupos. Por un lado, los tres abogados que conformaban el equipo legal que contraté para resolver favorablemente la situación. Por otro lado, mis socios directores. Con los primeros, abogados como son, tenía una buena relación profesional. Con los segundos, tenía una buena relación tanto personal como profesional. Tuvimos, todos, entre todos, un gran desencuentro en julio. Otra vez julio. Fue el miedo, en estado puro, el que mostró su peor cara. El asunto se bloqueó con maneras y formas que mejor ni mencionar. Necesité un mes de vaciado, agosto, y otro mes de negociaciones intensas, septiembre, para recomponerme personalmente, reconciliar intereses y puntos de vista y sentar de nuevo a todos en la misma mesa.

El objetivo de la reunión era simple. Revisar la propuesta de servicios legales, previamente negociada con todos, y dar el ok final para arrancar el proceso legal. De esta manera, me desvincularía del día a día y centraría mi atención en mejores y nuevos propósitos. Anticipaba una reunión sencilla y rápida. ‘Firmamos y todos juntos a tomar unas cañas para reírnos del pasado y celebrar el futuro’, pensé.

Pero no fue así. Sin saber muy buen cómo, se gestó una discusión que evolucionó a enfrentamiento que se transmutó en guerra dialéctica, incluyendo descalificaciones e insultos. El asunto nominal, un mal entendido fácil de solucionar. El asunto real, como siempre, un choque de personalidades, con sus egos y sus orgullos desbocados.

Asistí como testigo de excepción, pero no intervine. No sentí la necesidad de intervenir. Sólo dejé que las cosas pasasen. Distraído. Como si no tuviese que ver conmigo. Ajeno al enfrentamiento y al interés común. Varias veces, unos y otros, buscaron mi complicidad. Pidieron mi intervención. Reclamaron mi liderazgo. Pero no lo hice. Podía haber intervenido de mil maneras. Podía haber utilizado la mano derecha o la mano izquierda. Nada por lo que no haya pasado mil veces. Pero no intervine. No lo hice. Varias veces me salió un simple ‘no sé’. Creo que todos estaban perplejos y atónitos ante el Carlos indiferente y silencioso. Sin embargo, a mí sólo me salía ese ‘no sé’. Una vez tras otra. Fue la frase que más veces repetí durante la reunión. Y también después. ‘No sé’.

Cuando el asunto se fue de manos hasta niveles obscenos, con toda la tranquilidad del mundo, sin apenar inmutarme, propuse levantar la reunión e ir a dar un paseo. Simplemente, dar un paseo. El momento no podía ser más tenso y las posiciones más enfrentadas. Las miradas de todos se quedaron clavadas en mí, pero no se atrevieron a cuestionar mis palabras. Me reconocieron como centro de todo y me dieron su fe. Nos levantamos y nos fuimos, cada grupo por su lado.

Mis socios directores y yo fuimos a tomar una caña. Varias veces me recriminaron no haber dicho nada. Y yo sólo supe contestar, de nuevo, varias veces seguidas, con un ‘no sé’ o un ‘qué pretendías que hubiese hecho, no sé’. Dos se fueron aturdidos y cabreados. Uno se quedó. Estábamos a solas. Y sin saber muy bien porqué, me puse a llorar. Aquello me sorprendió tanto a mi como le abrumó a él. Tanto, que estuvo un buen rato intentando levantarme los ánimos mientras yo lloraba sin apenas decir palabra. Finalmente, nos despedimos con un abrazo y lo dejamos así.

Me quedé sentado en la mesa de la terraza en la que estaba. Y llamé por teléfono a uno de los abogados. Llamé a aquel con quien más relación he tenido en los últimos meses. Hoy en día, un buen amigo. Le pedí que acudiese para comentar la situación y ver cómo retomar. Cinco minutos después, ya estábamos juntos. ¿Y sabes lo que hice? Simplemente lloré. Lloré un buen rato más. Me di cuenta de que era incapaz de levantar una idea nueva, de decir palabra. Estaba plano. Como aletargado. Quise pensar pero no me salía pensar. Sólo supe llorar. Intentó regalarme palabras de consuelo, pero no funcionó. Seguí llorando. Al rato, cuando me calmé, nos despedimos y quedamos en hablar en otro momento.

Me sentía abatido. Vacío de fuerzas como nunca. Como si alguien o algo hubiesen quitado el tapón de mi depósito de energías y de palabras y de pensamientos y estuviese todo yo totalmente vacío.

Caminé un rato hasta mi siguiente reunión. Esta con un muy buen amigo que se ha ofrecido a echarme una mano de las buenas. Cuando llegué, nos saludamos con un abrazo de amor, como siempre. Y de nuevo, me puse a llorar. Esta vez en sus brazos. Se quedó sorprendido por mi estado y me preguntó. Pero apenas supe explicarle. Solo podía llorar. Lo intenté, pero casi no me salían las palabras. Me costaba hilar los pensamientos. Tanto, que me retiré y decidimos vernos más adelante. Dejarlo para otro día.

Cabizbajo, vagué por Madrid y caminé hasta casa. Al llegar, me di un baño de agua caliente, hice un par de llamadas para disculparme porque no me apetecía ir a una fiesta a la que estaba invitado y me puse a leer. Me sentía agotado. Me quedé meditabundo y pensé, quizás, lo ocurrido tenga que ver con el masaje que recibí la noche anterior. Pero no supe pensar más. Me inundó el sueño y me dejé ir.

Al día siguiente, me desperté pronto. Aunque había dormido, quizás, doce horas. Me levanté repleto de energía. Ducha de agua fría y yoga. Durante la meditación, me vinieron flashes del día anterior. Pero eran flashes que se me antojaban de otra vida. Lejanos. Extraños. Impropios. Ridículos. Divertidos. Tanto, que acabé riendo a carcajada limpia. Las preguntas que resonaban en mi cabeza, entre carcajada y carcajada, se me antojaban surrealistas.

¿Cómo permití que pasase todo lo que pasó? ¿Cómo pude no intervenir? ¿Cómo lloré tanto? ¿Por qué sólo supe pronunciar ‘no sé’ una vez tras otra? ¿Por qué no pude reaccionar? ¿Por qué no supe pensar ni hablar?

De repente, me vino una imagen tan divertida como curiosa. Me visioné vestido con zapatitos rojos, con un vestidito rosa, feliz y contento. Hipersensible, alegre, pero ajeno a las situaciones a mí alrededor. Abrumado por el ajetreo del entorno. Y asustado, o asustada diría ahora, ante las reacciones de los demás. Con los sentimientos a flor de piel. Con la lágrima asomando de mis ojos en todo momento.

¿Qué extraña energía actuó? ¿Toda la tensión que arrastrabra? ¿El masaje de aguas, ese masaje tan dulce y tierno que recibí la noche anterior? ¿El hacer el amor tan especial de la mañana, justo antes de la reunión? ¿Ese abrirme de cuerpo y corazón que alcancé, al que llego cuando estoy con mi amada, que me resulta tan abrumador como nuevo y evidente? ¿Fue, quizás, que acudi a la reunión totalmente abierto, totalmente polarizado en mi femenino, en un estar femenino que desconocía que existía en mí? ¿Es tanta la fuerza de todo este nuevo sentir que he descubierto desde que me entregué a la experimentación  con las energías sexuales y el tantra? ¿Tanta es la fuerza que no soy consciente de ello y que no soy capaz de manejar? ¿Es así de poderoso el juego del cuerpo y de las energías? Si esto fue el agua, ¿cómo será con el fuego, la tierra o el aire? Si esto fue mi femenino ¿me convertí en jovencita delicada por un día?

Como ves, preguntas no me faltan. Aunque, como creo que ves, muchas de las respuestas las intuyo al enunciar las preguntas. No, no pido respuestas. No las necesito. Creo que no. Siento las respuestas desde la intuición más profunda. Y si tienen que llegar, ya llegarán cuando sea el momento adecuado.

En cualquier caso, vaya con la experiencia.  Pero ante todo, bendita experiencia. Sin saber muy bien de donde vino, si que albergo el sentir íntimo de que me transmuté en mujer por un día. Mantengo el sentir de que viví en mi femenino más puro. Que salí a la calle como Isabella, mi Isabella interior, sin ser consciente de ello. Y resultó ser una experiencia memorable.

Y hasta aquí. Este es mi compartir de hoy. Para decirle adiós al 2011 y darle la bienvenida al 2012.

PD: Quizás no te apetezcan mis preguntas. Lo siento. Yo necesito hacerlas. Aunque sólo sean para mi. No, no espero respuesta. Pero esto, al menos hoy, necesitaba compartirlo y sólo sé compartirlo, así, por escrito.

Etiquetas: historias, sexualidad

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